Debate en (Re)paso de lengua, suscitado por una entrada (Viaje al fondo de la Logse) en la que Antonio glosa sagazmente un artículo de Muñoz Molina aparecido en Babelia (15-12-2007). Me puse a redactar un comentario, pero se me fue a esta entrada. Hela aquí.
La literatura de Muñoz Molina me acompaña desde siempre. Su obra forma parte de mi imaginario. No puedo referirme a él sino con el afecto debido. Sin embargo, cada vez más, hay algo que me impide simpatizar con sus opiniones, sin dejar de reconocer lo mucho que de razonable hay en ellos. No sé…, ese tono de sermo moralizante que activa mis alertas, el recurso al subrayado patético y la hipérbole (“los comisarios políticos que han asolado la educación española”). Quien tanto nos ha alertado sobre los totalitarismos no debería usar esa terminología en vano. A la postre, todo desprende un tufillo de apocalipsis finisecular, a lamento regeneracionista. Es lo que tiene estar a caballo entre dos siglos. Convengamos en que todo lo exagerado tiene algo de inverosímil.
Es verdad que la jerigonza psicopedagógica tira para atrás, y que la infección se ha extendido a los textos legales, pero no es menos cierto que, en la práctica, la renovación didáctica representa un porcentaje menor -por no decir que no guarda ninguna relación- en el conjunto de las causas del fracaso del sistema educativo. Admitámoslo, las clases se imparten como siempre.
Vaya por delante que yo también padezco el malestar docente (llevo unos días mu malito); y, como a muchos, me hastía la banalidad del discurso político al uso en temas de educación. Pero, en mi modesta opinión, deberíamos dejar de lamernos la herida (por más que sea humanamente comprensible), organizarnos mejor en equipo y presionar a las administraciones para que impidan que los desequilibrios respecto a la educación concertada se agudicen y para que adopten medidas concretas (dejemos fuera toda esperanza: es ilusorio pensar en soluciones globales procedentes de otra ley orgánica ). Todos tenemos in mente alguna de las intervenciones sensatas que la situación requiere. Si tuviera que jerarquizar empezaría por estas:
A. Incentivar las tutorías, especialmente las de primer ciclo y aquellas otras que ofrezcan un mayor grado de complejidad. Estoy hablando de pasta, de liberación de guardias, de formación en la gestión de grupos y de conflictos, etc… Digámoslo paladinamente, no todo el mundo se enfrenta a las mismas complejidades y esto debe ser reconocido. No olvidemos, por otra parte, que las disposiciones legales sobre repetición van a agudizar los conflictos en primer ciclo. Item más ¿cómo afectará la paulatina amortización de los compañeros maestros a la gestión de esta etapa? No auguro nada bueno.
B. Regenerar los departamentos de orientación. Ayudaría un sistema de acceso específico para estos puestos, con temarios y perfiles acordes a las necesidades. Poner a disposición estas plazas a todo tipo de profesorado fue un gran error y ejemplo meridiano de cómo el desarrollo de una normativa invalida los las disposiciones beneficiosas de una ley (vigencia de Romanones).
Baste por hoy, que a uno se le calientan las teclas y acaba pareciéndose más a un arbitrista desatinado y perogrullesco que a un circunspecto profesor de lengua, que es lo que se supone que debería ser.
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