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Posts Tagged ‘Lectura’

 Algo se ha dicho en el cenáculo bloggero sobre ese epifenómeno que se ha dado en llamar Día del libro, sobre sus carencias, su impronta mercantil, el mandarinato del bestseller… Con cierto poso de amargura se reseñaba en A pie de aula la efeméride. Sin embargo, con ser cierto cuanto se denuncia, he preferido ver lo que latía de primaveral, de ingenua confianza en que en torno al libro quizá todo pueda ser mejor… Vamos que ese día me levanté panglossiano y por un momento me dejé arrastrar por la fantasía del mejor de los mundos posibles. Debilidades de uno, qué duda cabe.

A falta de un terremoto en Lisboa que me cure del optimismo, me topo en con una sabatina de Vicente Verdú siempre atento a la mutaciones que vienen provocándose en la era del capitalismo de ficción. No es fácil sobreponerse, no ya al artículo (¿Para qué tanto leer?), ni siquiera al primero de sus párrafos:

«El libro constituye un bien tan significativo de una determinada cultura que esperar a que se lea cuando su sistema desaparece es lo mismo que reclamar que perviva una hormiga sobre una superficie de alquitrán. La vida de la hormiga es tan improbable en la Gran Vía como la vida del libro es exigua en el angosto y hasta alicatado ocio de la cotidianidad

Vamos que no hay sitio para la lectura en el ocio de la ultramodernidad («la lectura va a menos porque no encuentra suelo donde arraigar ni espacio donde esponjarse«). Los miles de lectores de Harry Potter no encarnan al profundo lector (¿?), son lectores mutantes que como la presunta clase de himenópteros futuros hallará albergue en el asfalto (sic). Es lo que tiene la entomología. A estas alturas del artículo empezaba a sentirme como Gregorio Samsa.

Entre los lectores conspicuos ni siquiera figuramos los letraheridos profesores de literatura, circunstancia que hago saber a la legión de bloggeros, mis hermanos, que a propuesta de Joselu se avino al ritual de dejar testimonio de las lecturas que cincelaron su espíritu (El resto, los lectores conspicuos que aún permanecen, son hoy trabajadores autónomos, artistas profesionales, jubilados, impedidos, enfermos, críticos literarios, editores, directores de colección, traductores, autores). Bien pensado quizá no desentonaríamos en el subgrupo de los impedidos.

Triste sino el nuestro, condenados como estamos a aventar la semilla de la lectura sobre el asfalto. Sabiendo como sabemos, además, que la lectura más se contagia que se enseña. En fin, desorientado, a uno le entran ganas de defender los bestsellers, aunque sólo sea por rendir tributo al viejo adagio de que no hay libro por malo que sea que no contenga enseñanza buena. También le da a uno por pensar que quizá esos miles de lectores no conspicuos ofician a su manera la vieja liturgia de encontrase en soledad con la palabra que los interpreta o en la que se reconocen; tal vez lean porque no oran o tal vez lo hagan como si rezaran. A lo mejor solamente se deleitan y de rondón aprenden algo y así son horacianos sin saberlo, que es la mejor manera de serlo. Claro que cualquiera se atreve a pensar que quizá Dickens, un suponer, fue un autor de bestsellers. Quién sabe qué.

Menos mal que el paso del tiempo tiene sus leyes y que al sábado le sigue el domingo. De nuevo a por la dosis e inopinadamente encuentro el antídoto: «No me gusta la televisión, me agobia. Aquí sólo ponen programas tipo Las tardes con Patricia, que te ensucian la cabeza. Prefiero leer. Si un libro no me engancha a las primeras 50 páginas, lo dejo, no quiero perder el tiempo. Ahora me han prestado La hoguera de las vanidades, y me gusta mucho«. En el psiquiátrico penitenciario la sociología es menos sofisticada, sin duda; pero las palabras de Andrés Rabadán, el parricida de la ballesta, quizá otro hombre, catorce años después, alientan la esperanza. Lectura y escritura, utillaje para la redención. Si es que esta es posible.

(Coda: entradas como estas merecerían unas etiquetas que la definieran como bizantinismos, prescindibles, pajas mentales)

Imagen tomada de Flirck 1597859189_e4743c2244

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20070311212938-el-chico-que-imitaba-a-rc.jpg«El verano iba pasando perezoso, lento y a la vez demasiado rápido, entre el chirrido de las chicharras y el calor pesado de julio y agosto, el estío discurría entre las horas tontas y el sopor de después de las comidas, entre el bordoneo de los abejorros y la suicida insistencia de las moscas….»

Soy propenso a las ficciones que recrean el verano como estación de tránsito en la que se sustancian las ásperas experiencias que conducen a la madurez.  Acabamos de terminar la lectura del libro de Martín Casariego en 3º de la ESO. La concurrencia parece satisfecha: por una parte, se recrea un universo que les resulta identificable,  por otra, una corriente de empatía  ha propiciado una acogida favorable. No olvidemos la influencia del grupo en la opinión adolescente. El relato tiene, sin duda, valores interesantes. Apunto algunos: 

a.    La recreación  del barrio de clase media-baja como un microcosmos en el que conviven en relación más o menos conflictiva personajes de variada condición. Resulta atractivo a nuestro alumnado la presencia de las distintas tribus de la barriada (punkys, cabezas rapadas, etc..).

b.    La selección del punto de vista narrativo (un narrador interno, en cierto modo coprotagonista ) cuya voz les resulta muy familiar a nuestros chicos.

c.     So capa de ser expresados en argot juvenil cuelan bastantes  pasajes meditativos. Logro no menor, si pensamos que la fórmula al uso prescribe 80% de diálogo y 20% de narración.

d.    La superposición de un conflicto sentimental (la equívoca historia de amor del protagonista)  y otro de contenido social, relacionado con la especulación urbanística y las drogas (por más que el desenlace de este último resulte a la postre bastante naïf).

e.    El chico que imitaba a Roberto Carlos es  un tipo asertivo que afirma su sensibilidad en un ambiente adverso, dominado por el gregarismo y la violencia tribal.

f.      El final no es claudicante. No existe happy end. 

Sin embargo, hay aspectos en los que la novela (de 1995) acusa el paso del tiempo. Algunos giros o modismos de la jerga juvenil resultan ya anticuados  (buen pretexto para reflexionar con ellos sobre lo efímero de determinadas modas expresivas).  Por su parte, las referencias al mundo de la heroína  quizá resulten lejanas a generaciones como la actual que debe lidiar  con la añagaza de las llamadas drogas recreativas. 

El libro tiene versión cinematográfica (Tú qué harías por amor) que no he tenido ocasión de ver todavía. Creo que Barrio, de León de Aranoa sería un excelente complemento.

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